sábado, 1 de agosto de 2009
Latinoamérica Esquizofrénica: Identidad, exclusión y modernización.
La generalización nos ayuda a reunir símiles, pero eso no significa que podamos homologar todas las partes. Sin embargo el intento por desarrollar la idea de lo moderno, de la “modernización” en Latinoamérica parece no contemplar las múltiples subdivisiones que componen esa América Latina.
Y si bien no tengo ni la capacidad teórica ni el tiempo suficiente para tratar el tema de la modernidad en cada uno de los países de nuestra América, sí me interesa comenzar con esta idea básica de que la instauración y posterior desarrollo de las supuestas sociedades “modernas” en Latinoamérica debe entenderse desde su propia y única realidad, contextualizando los procesos según la historia de los distintos pueblos.
Comienzo así este ensayo porque a mi parecer, el gran problema de muchos teóricos de las ciencias sociales al tratar de comprender y luego explicar la modernización en la región, es la recurrente generalización de los procesos y cambios. Si bien existen similitudes e hitos que se repiten en muchos de los países, la explicación última debe estar aferrada a la realidad y la historia de cada nación.
Dicho esto, me interesa presentar este ensayo como un intento por comprender que los procesos de modernización en Latinoamérica no pueden disociarse de los fenómenos de identidad –o falta de ella- y exclusión frente a los cuales nuestros países han tenido que construir una especie de “modernización superficial”, abarcando sólo ciertos aspectos de la vida, generándoles cierta esquizofrenia en donde –como expone Lechner- la identidad queda al margen de la construcción de lo moderno (entendido como un aquí y ahora, un presente continuo en donde todo vale ).
Latinoamérica esquizofrénica hace alusión a la idea de que los países Latinoamericanos se encuentran frente a la construcción de sociedades modernas en donde la disociación entre la historia, la identidad, y la estructura modernizadora impuesta genera profundas desarticulaciones a nivel social; y en donde la pérdida de sentido espacio-temporal que provoca la falta de proyectos, se encarga de desarticular el “yo”, al no existir la idea de un proyecto futuro hacia donde ir.
¿Identidad Latinoamericana?
Si desarrollo el concepto de identidad en base a mis planteamientos iniciales, de seguro estaría contradiciéndome. Sin embargo debo insistir en la idea de que existen ciertos componentes históricos que pueden darnos una idea generalizadora de la identidad latinoamericana, vista no como un todo homogéneo sino como la suma de las partes similares de una región heterogénea.
Latinoamérica era un continente desconocido, el “nuevo mundo” de una Europa que comenzó a definirse como moderna en base al descubrimiento de una tierra lejana, distinta y por supuesto, no moderna. Comenzar a entender, tanto el proceso de modernización como la formación de identidad latinoamericana desde este punto de partida, es una buena forma de comprender la dificultad en la modernización de nuestras sociedades.
“Si para otros pueblos la modernización fue el resultado de un lento proceso interno que hace eclosión con el surgimiento de nuevos grupos sociales y de nuevas cosmovisiones, para los países latinoamericanos se presenta más bien como una imperiosa necesidad de ajuste de su identidad ante el cambio producido en el equilibrio de fuerzas de las potencias europeas”
La modernización latinoamericana hace frente a la necesidad de nuevas formas de organización, en donde el tema de la identidad parece surgir como un problema. Ante la realidad histórica de nuestros países, colonias europeas en este nuevo territorio americano, es inevitable cuestionar la idea de identidad al saber que los países latinoamericanos están compuestos por sociedades y culturas profundamente híbridas.
La pregunta que surge es ¿cómo entonces construimos una identidad propia si desde los inicios del mundo moderno no somos más que una mezcla de identidades? más aún, ¿cómo podemos pensar nuestra identidad desde la marginalidad de quienes eran reales portadores de identidad propia latinoamericana?
La colonización por parte de las potencias europeas, si bien generó la homogenización de nuestras sociedades, no dejó de excluir al que era distinto. El indio fue evangelizado e insertado en el mundo occidental como “el otro”, pero ese “otro” marginal, portador de identidad propia, también fue llamado a formar parte de un todo -América Latina- sólo que su papel en la construcción de este nuevo mundo era el del distinto, el no-moderno al cual el moderno necesita recurrir para legitimarse.
Hablar de modernización en Latinoamérica implica entonces comprender que las raíces de los países latinoamericanos no son homogéneas sino que por el contrario, su identidad es la suma de componentes externos e internos, de historicidad. América Latina tiene una identidad difusa, que radica justamente en la multiplicidad de componentes, en la construcción mestiza y no-moderna de nuestras sociedades.
Frente a esta realidad, podemos preguntarnos ahora ¿cómo entendemos la modernización de sociedades cuyas identidades se construyeron desde un principio como una oposición a lo moderno? Latinoamérica nace como lo no-moderno. ¿Cómo querer convertir nuestras sociedades en algo que no son?
Modernización a medias
Todas aquellas preguntas antes formuladas no pueden ser respondidas sin comprender lo que se entiende por modernidad y modernización.
Existen numerosos autores que describen e intentan explicar la idea de lo moderno. En esta ocasión me referiré a lo moderno desde Marshal Berman, como la experiencia de vida en donde “todos los sólidos se desvanecen en el aire”. Más allá de una época histórica, la modernidad es una experiencia vital en donde lo que vale es el ahora, el presente continuo, donde toda posibilidad es posible. “Y precisamente porque todo es posible, cada posibilidad es efímera, consumida al instante” .
Frente a esto, la modernización vendría a ser el camino por el cual nuestras sociedades se enfrentan a esta nueva forma de entender la vida, el tiempo y el espacio. Modernización implicaría entonces el intento por ser modernos.
“América Latina intenta en esta nueva etapa universalizarse, participar activamente en la ecumene mundial, pero no desde la originalidad de su formación cultural, de su ethos, sino abstractamente, por sus índices de modernización construidos conforme a las pautas vigentes en el mundo desarrollado” . La modernización latinoamericana no parece ser posible si la pensamos de esta manera. Y la experiencia hasta hoy parece ser el mejor ejemplo.
Si bien las sociedades latinoamericanas viven actualmente bajo estructuras modernas en donde predomina el capitalismo, la cultura de masas, las hegemonías mediadas por sistemas de consenso y el interés corporativo de los empresarios , la experiencia de la desigualdad social, la pobreza y la marginalidad no nos permiten sentirnos realmente modernos.
Podríamos entender que el intento modernizador sólo a permeado las capas sociales que tienen acceso y/o participación en uno o más de aquellos pilares de la modernidad nombrados anteriormente. Podríamos decir entonces que la modernización y sus estructuras están hechas sólo para unos pocos.
Si es así, ¿cómo ser modernos si la base de nuestras sociedades, esa originalidad cultural de nuestros países está constituida por una identidad que nos remite a lo no-moderno, y que por lo mismo, queda excluida de los beneficios de la modernidad?
El pobre, el indio y el campesino viven en estructuras modernas, pero cumplen un papel secundario en esta construcción: ellos son “el otro, el no moderno” que intenta vivir bajo los parámetros que se le han impuesto, quedando finalmente desarticulados socialmente. Ante esto parece cierta la siguiente afirmación: “nos falta una teoría de la modernidad que reconozca la existencia de la diversidad” , de una heterogeneidad positiva y valiosa a la cual no se le atribuya el rol negativo que hoy ostenta.
La enfermedad bajo control
Finalmente, y en vista de la acción modernizadora en nuestros países, lo que vemos hoy no es más que una rápida y efectiva respuesta frente a la esquizofrenia latinoamericana. El remedio perfecto ante la pérdida de sentido.
Quienes dirigen nuestros países han sabido disfrazar el descontento social frente a la modernización “a medias” impuesta en nuestras sociedades con regalías y placebos. Las instituciones modernas “pueden aunar lo local con lo global (…) y al hacerlo así normalmente influyen en las vidas de muchos millones de seres humanos” .
Podemos acceder a mejor tecnología, comprar a crédito y viajar por el mundo a nuestro antojo. Incluso el pobre, el indio y el campesino pueden optar a algunos de esos beneficios. Tenemos “libertad” y nuestras sociedades son “democráticas”. El mundo parece funcionar bien. Es el espejismo moderno.
La mundialización del sistema y la globalización del conocimiento son finalmente los soportes de la modernidad. “Vivimos en una época de transnacionalización que abarca no solamente circuitos económicos, sino igualmente ideológicos; también el clima cultural se internacionaliza y los temas del debate europeo o norteamericano forman parte –aunque sólo sea una moda- de nuestra realidad” . Somos ciudadanos del mundo, pero, ¿qué tipo de ciudadanos?
Parece ser que nuestro rol en la construcción moderna de sociedad se limita sólo a recrear constantemente las ideas modernizadoras. “El proceso social es pensado exclusivamente desde el punto de vista de la funcionalidad de los elementos para el equilibrio del sistema” , racionalizando el mundo en extremo. Frente a esto, somos fichas de un ajedrez que se juega rápidamente, que vuelve a ordenar sus piezas una y otra vez, que se reproduce y se justifica en sí mismo.
Cabe pensar entonces que no existen formas de aunar la idea de desarrollo modernizador con el bienestar social real, que hoy es sólo utopía. La desigualdad, el gobierno de la mayoría (que es en realidad una minoría) y la exclusión del otro parecen ser condiciones intrínsecas del proceso modernizador en Latinoamérica. Un proceso que nos desorienta, nos despoja de sentidos y nos enfrenta a un futuro vertiginoso e incierto.
Bibliografía
• BERMAN, Marshall. Todo lo sólido se desvanece en el aire. Ed. Siglo Veintiuno Editores, 2006.
• BRUNNER, José Joaquín. Cartografías de la modernidad. Ed. Dolmen, 1994.
• GIDDENS, Anthony. Consecuencias de la modernidad. Ed. Alianza Editorial, 1999.
• LECHNER, Norbert. Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y Política. Ed. Fondo de cultura Económica, 1995.
• MORANDÉ, Pedro. Cultura y modernización en América Latina. Ed. Encuentro Ediciones, 1987.
miércoles, 8 de abril de 2009
Ohhhh Yeahhhh!!

Ganarme las entradas al concierto de Kiss, el pasado viernes 3 de abril, gracias a un sorteo de la tercera, fue una sorpresa que jamás me esperé. Mis gustos musicales distan mucho del sonido estruendoso de estos vejetes del rock, pero aún así acepté la invitación. Sin embargo, pensé que lo correcto era entregar el beneficio a personas que realmente lo disfrutaran. Le pasé las entradas a Daniel, mi pololo, y él invitó a Ignacio, uno de nuestros mejores amigos.
A cambio, les pedí que escribieran un breve texto para compartirlo con todos.
Acá va la nota sobre Kiss, escrita por Ignacio Navarro.
Sin muchas expectativas íbamos dos personas al concierto de Kiss.
Nunca me han llamado mucho la atención esos grupos de música que se pintan la cara o que hacen alguna cosa inusual para captar espectadores o fanáticos, pero la opción de ir a verlos y rockear un rato, un viernes por la noche, no podía dejarla pasar.
En el metro y en la micro nos topamos con una multitud de gente pintada, personas de distintas edades que fluctuaban entre los 3 y los 50 años, un rango muy amplio de edad para ser fanáticos de una banda que saca la lengua y usa botas con terraplén.
Llegamos a un remodelado Estadio Municipal de la Florida, en el que el miedo a que te asalten esos extraños seres disfrazados, camino al baño, era superado por el entorno: nueva infraestructura, estructuras de concreto armónicas y una buena iluminación.
Después de los teloneros -un grupo musical bien intenso que tocó covers de Iron Maiden-apareció por fin Kiss, y todo de ahí en adelante fue una sucesión de eventos y magia inesperada.
Toda la puesta en escena seguía un trasfondo, y cada personaje estaba excelentemente resuelto. La vestimenta y el sonido no podían ser mejores y la comunicación entre los músicos, al igual que con el público, fue mística y llena de fuerzas, con una onda muy "pro-love".
En cada solo que se hacía había un despliegue de creatividad por parte de los músicos que se veía también reflejada en el aporte pirotécnico sobre el escenario. Salían fuegos artificiales de todas partes, de las guitarras y del escenario. En un momento, el vocalista principal salió volando por sobre el público, atravesando los cielos y llegando a la torre de control, en medio de toda la gente. El loco siguió cantando, tocando guitarra frente a un público realmente eufórico ante un show de calidad internacional.
Para nosotros, el momento más memorable fue cuando tocaron su conocida canción "Rock and roll all night". Dejaron salir billones de trozos de papel al cielo que volaban como mariposas en la oscuridad, movidos por el calor que el público arrojaba de tanto saltar y cantar.
Tengo que decirlo, fue un espectáculo inigualable desde cualquier punto de vista. Kiss es un grupo que disfruta lo que hace. Son músicos viejos que han aprendido a satisfacer a un público fiel. Sin lugar a dudas, fue una oportunidad única de ver a un grupo sólido, maduro y lleno de atributos que a cualquier persona podrían cautivar.
jueves, 12 de marzo de 2009
Mi propia crisis de los 25...

Hay un momento en la vida en que se precipitan las cosas.
Al menos así me pasó a mí.
Mi rutina cuando vivía con mis viejos era la siguiente: despertar, ducharme, vestirme, agarrar mis cosas de u, subirme al auto para que me dejaran en el metro, del metro a la u, de la u al metro, a mi casa, almuerzo y a mi cama...siesta...computador....teleseries...once...más televisión, chao buenas noches y fin.
Nadie me obligó a cambiar esa simple rutina por esta vida, la de los 25 años.
Me arranqué y me alegro de eso, pero uno cuando es tan floja y mimada no logra entender todo lo que se viene encima.
Me queda un año de carrera aún porque me farrié 3 años (ok, ok...no fueron en vano, pero son tres años!!!!!) Tengo que terminar la carrera, tener buenas notas para mantener mi beca de diplomado, que después se convertirá en magíster y durará dos años más....Tengo que buscar pega, mantener una pega e incluso ojalá dos...tengo que decir que si a todas las oportunidades que pueda con tal de ganar unas lukas de más....porque claro...me gusta el sushi, las pizzas, los carretes con destilados y las salidas a la playa...
Tengo que estudiar, cosa que nunca antes habia hecho!!!!!! Leer y leer...y luego cocinar, ocupar bien mis mañanas, hacer el aseo, pagar cuentas, lavar ropa, hacer mis pegas, escribir, reportear, entender y hacer.
Porque ahora la vida se autogestiona. Naide hace nada por tí. Mi viejo me paga el celular y la universidad. Sí, se lo agradezco. Pero nada más.
Mi pololo vive entre letras, libros y sueños...y con eso pagamos arriendo y gastos.
Pero claro, a los cuicos nos gusta el pan con jamón y queso y la coca cola ojalá todos los días. Tenemos nuestras manías de niñitos abc1, pero menos mal que no somos cómodos. Tenemos bicicletas. La mia rosada, la de él, amarrada, porque se le perdió la llave de la cadena...
Así pasan días y semanas. Así ha pasado casi un año de vida independiente.
Cuesta, pero se puede. Pero cuesta.
Pero se puede.
lunes, 16 de febrero de 2009
Desahogo de febrero...
Una vieja arrugada, que se cambia el color de pelo y se pone pelucas todo el tiempo, apitutada en un canal de porquería que no tiene más programación que los programitas de farándula, teleseries y copias de video loco....
En vivo, veo a Farkas hablando spanglish....sobre la ayuda a los pobres y el chaqueteo..mientras Sergio Lagos se emociona con el reportaje que acaban de ver sobre la vida del millonario...
A Farkas le vuelan los rulos en la terraza en donde hacen el programa mientras el candidato del pueblo habla sobre "the dreams come true" y lo aplauden porque va a tocar sobre el escenario de viña del mar, nuestro increible festival de la canción...
Afuera las micros, atrás una guitarra que intenta crear un ambiente ajeno al lugar...frente a mi la televisión que sigue alabando al rubio magnate y a un lado el sonido del agua que corre y corre casi todo el día como una forma de evadir la verdad:
un departamento de 3 x 3, Vicuña Mackenna, cemento, calor y sueños....
I have waiting all my life for you...and i did´t now well....
martes, 13 de enero de 2009
Fluidificación de la vida
Fluidificación de
El derretimiento de los sólidos de la modernidad y su repercusión en la vida individual
En el presente artículo se aborda el proceso de liquefacción de las estructuras sólidas de la modernidad, y el surgimiento de un nuevo orden dominado por el mercado. Aquí, se explicarán a grandes rasgos las consecuencias de esta fluidificación en las vidas personales de los individuos de la modernidad tardía.
Palabras clave
Modernización, mercado, capitalismo, individuo, sociedad de consumo, modernidad tardía.
Pensar en la modernidad o “lo moderno” como un sólido parece ser contradictorio. El afán por ser moderno traía de la mano el quiebre de los sólidos existentes, de las estructuras antiguas y obsoletas. Es decir, la idea de modernización no era otra cosa que la desarticulación de los parámetros ya existentes, el derretimiento y reemplazo de los sólidos defectuosos, antiguos. “Los primeros sólidos que debían disolverse y las primeras pautas que debían profanarse eran las lealtades tradicionales, los derechos y obligaciones acostumbrados que ataban de pies y manos, obstaculizaban los movimientos y constreñían la iniciativa” .
Estos sólidos premodernos debían ser desintegrados por una modernización afanosa de nuevas creaciones, de “lo nuevo”. Pero esta desintegración, esta fluidificación de los viejos sólidos no tenía por objetivo fluidificar las estructuras. Por el contrario, las fuerzas modernizadoras tenían como fin último la reestructuración, el rearme de nuevas y mejores estructuras sólidas que de una vez por todas pudieran sostener las vidas humanas.
Esta desintegración de los antiguos sólidos defectuosos, trajo tras de sí la liberación de todas las reglas tradicionales que mantenían el orden social. Para desintegrar aquellos sólidos, fue necesario desprenderse de las antiguas travas, tanto políticas como económicas y sociales, que venían moldeando y sosteniendo las vidas premodernas. Las promesas del ser libre venían de la mano con la desintegración de las castas o de la superioridad por apellido. Es decir, con la libertad de poder ascender socialmente, gracias al esfuerzo propio.
Sin embargo, la reestructuración moderna, que pretendía forjar nuevos y mejores sólidos, terminó fluidificando las vidas humanas al establecer un nuevo orden –que debía ser aún más sólido- en donde la economía capitalista, emancipada, se erigió como el nuevo sólido. “Derrotado el campo socialista, el capitalismo quisiera reinar eternamente, destruir la historia como la narración del cambio que hace que, parafraseando a Marx, todo lo sólido se desvanezca en el aire”. Todos los sólidos obsoletos, antiguos y defectuosos, fueron arrasados por el nuevo modelo de la llamada modernidad tardía. “Casi todos los poderes políticos o morales capaces de trastocar o modificar ese nuevo orden habían sido destruidos o incapacitados, por debilidad, para esa tarea” . Cualquier agente externo que quisiera introducir cambios a este nuevo y poderoso sólido que es la economía de mercado, se desarticulaba en su intento. “(…) [el orden económico] llegó a dominar la totalidad de la vida humana, volviendo irrelevante o inefectivo todo aspecto de la vida que no contribuyera a su incesante y continua reproducción” .
El dominio de la economía –a través de un sistema capitalista, en donde el mercado ha definido las nuevas pautas de conducta- trajo un nuevo tipo de esclavitud: las clases sociales y el poder de adquisición. Las promesas emancipadoras de la modernización se desvanecieron. La vida social se desmanteló y se estableció un nuevo orden basado en la salvación individual de la identidad, que ha sido separada de un orden social e inserta en un salvaje sistema de autoafirmación del yo a través de “lo que tengo”.
Esta nueva sociedad reordenó las formas de socialización e identidad de los individuos, al dejar que el consumo abarque la globalidad de nuestras vidas, dependiendo, ya no de antiguas instituciones como la familia o la escuela, sino del mercado como agente principal de construcción de identidad individual.
Nuestra identidad hoy es definida por la capacidad de consumo y no por la genealogía del apellido o por el barrio donde se vive. Soy “este” o “aquel” tipo de individuo según mi poder de compra, y mi autoafirmación se basa constantemente en lo que pueda consumir. De ahí que hoy, en nuestras sociedades, los créditos de consumo y las cuotas sean la única forma de muchas personas, de “ser” alguien en la vida.
El individuo a la deriva
Esta nueva sociedad de consumo, en donde los individuos vuelcan todos sus esfuerzos de identificación en la compra compulsiva y el consumo constante, ha devenido en la fluidificación de la identidad individual. “La globalización muestra que la modernidad tardía trae aparejada otro modo de formación del sí mismo, que ya no tiene como referente el arquetipo estatal y nacional, sino uno nuevo que se ha liberado del territorio como fuente de identidades” . Es la formación de mi identidad global, que se sustenta en el mercado y en los profundos cambios de esta modernidad tardía.
El individuo que antes se contentaba con un buen trabajo y una familia bien constituida, hoy está obsoleto. Si bien los trabajos rutinarios podían ser tediosos, eran fuente de seguridad y estabilidad, al existir pocas posibilidades de errar en labores con estas características. “Un cambio en la moderna estructura institucional ha acompañado el trabajo a corto plazo, con contrato o circunstancial. Las empresas han intentado eliminar capas enteras de burocracia para convertirse en organizaciones más horizontales y flexibles. (...) Esto significa que los ascensos y los despidos tienden a no estar estipulados en normas dadas y fijas, como tampoco están rígidamente definidas las tareas: la red redefine constantemente su estructura.” Todo esto aumenta el temor a la inestabilidad laboral.
Antes, la posibilidad de “ser feliz porque no nos falta nada”, era viable. Si antes la conformidad era una posibilidad –y no sólo eso, sino casi un ideal de vida, como meta o fin- hoy, conformarse no tiene cabida. Esto, porque las nuevas sociedades de consumo no actúan según sus necesidades básicas de bienestar sino que se ven impulsados por nuevas conductas de consumo, menos racionales y más impulsivas, como una forma de reafirmar constantemente un buen lugar en el mercado. “Como no hay normas para convertir algunos deseos en necesidades y quitar legitimidad a otros deseos, convirtiéndolos en ‘falsas necesidades’, no hay referencias para medir el estándar de ‘conformidad’” .
¿Necesitamos ser sofisticados? ¿Necesitamos estar a la moda? El surgimiento de conceptos como “estilo de vida” ha llevado a los individuos a entrar en la frenética búsqueda de esta nueva “identidad de mercado”. El consumo, ya no por necesidad sino que por gusto, nos ofrece la satisfacción de estas “necesidades modernas” y nos entrega un valor agregado: el plus de la integración, de la pertenencia, de ser parte de algo.
El surgimiento del concepto de “estilo de vida” es un ejemplo vívido de la fluidificación social. Antes, el concepto sólido de salud, por ejemplo, propiciaba conductas de vida para conseguir aquella meta. Hoy, los estilos de vida han fluidificado esos sólidos, convirtiéndolos en ideas menos rígidas. “Estar en forma (…) no es nada sólido: es un estado que, por su naturaleza, no puede ser definido ni circunscrito con precisión.”
Si mi estilo de vida tiene como ideal “estar en forma”, estoy fluidificando lo que antes habría sido un régimen de vida sana. Y al pertenecer a este grupo de identificación, consumo productos específicos que proyectan lo que yo, o mi grupo, somos. El problema surge cuando estos estilos de vida o sus productos característicos cambian. Antes, tomar agua era sano. Luego, pasó a ser un producto para “estar en forma”. Hoy, aunque suene curioso, hay distintos tipos de agua: con menos sodio, con sabor, con más oxígeno, etc., y todas ellas proyectan un estilo de vida distinto. Si ayer mi estilo de vida me obligaba a consumir agua, hoy, esto se complejiza y fluidifica en un mar de opciones distintas que significan también, algo distinto. Es entonces que los consumidores deben volver a formular su identidad, una y otra vez.
Frente a estas nuevas estructuras sociales, el nuevo individuo de consumo vive con la incertidumbre constante que le genera la simple idea de dejar de pertenecer o de llevar aquel estilo de vida. Y como las estructuras sólidas que antes aseguraban un estado de bienestar social han sido desmanteladas, el individuo ha quedado a la deriva, a merced del comportamiento del mercado y de su propio esfuerzo para lograr mantener ese estatus de vida.
Así mismo, quienes no pertenecen a un estilo de vida sofisticado o al grupo de consumidores más elevado, vive constantemente luchando contra las condiciones de la modernidad líquida. El marginado vive “una fluidez involuntaria y dolorosa, radicalmente distinta al carácter gozoso y lúdico que tiene para los globales integrados”. El individuo que no pertenece a estas sociedades de mercado, es el ejemplo más evidente de la incapacidad humana por retomar las riendas de sus propias vidas en el sistema imperante, haciéndolo mirar con nostalgia y melancolía las antiguas estructuras sociales en las que se podía confiar. “Dicha condición se revela como una crisis de la propia subjetividad moderna, y particularmente como un agotamiento de las fuerzas emancipadoras radicadas en la herencia de la Ilustración y en los diversos utopismos”.
Cuando el individuo, marginado e incapaz de pertenecer a grupos de alto consumo añora otros tiempos, hace reflotar las promesas incumplidas del afán modernizador. “Afortunadamente para los clientes con recursos, esos recursos los protegen de las desagradables consecuencias del consumo: pueden desechar las pertenencias que ya no desean y conseguir las que desean; están protegidos contra el rápido envejecimiento y la obsolescencia de los deseos, y contra su efímera satisfacción”. Desafortunadamente, quienes no lo están, corren el riesgo de ser indeseables, víctimas del sistema.
Y para no pasar a ser aquellos “clientes sin recursos”, la individualización y la reafirmación del “yo” suponen una nueva forma de ver la vida como una contante carrera para alcanzar una meta que realmente no existe, porque se fluidifica constantemente.
“La modernidad tardía (…) se caracteriza por una formación del sí mismo diferente, ya que pone en ejercicio una estructuración que implícitamente inserta en sí el dinamismo de la diferencia, el caos de lo opuesto”. Ser diferente implica cambiar constantemente, amoldarse, resignificarse continuamente, intentando no caer en la ilusión de un sistema que prometía progreso, pero que diluye aquellas ideas en un sin sentido constante.
A modo de conclusión…
Con todo, parece ser que el mercado es el sólido más consistente que haya podido jamás crear el hombre. Establece un círculo vicioso en el cual la totalidad de las sociedades están insertas. La dinámica del consumo ha abarcado la totalidad de nuestras vidas y la nostalgia que esto genera termina siendo el motor de su propia recreación constante. Más aún, si consideramos a la globalización como el principal agente articulador y conservador de esta nueva estructura, que fluidifica el orden de vida social, pero solidifica el sistema como el único capaz de contener las vidas errantes de una sociedad condenada a pertenecer, involuntariamente, a este sistema que ya no tiene vuelta atrás.
Mientras el capitalismo siga siendo el eje central de las sociedades de la modernidad tardía, el consumo como soporte de la identidad individual seguirá marcando las pautas de comportamiento social globalizado, y la formación del individuo seguirá dependiendo de la distorsión que produce suponer que mi participación en el mercado es un reflejo del yo individual.
Bibliografía
Bauman, Zigmunt. (2008). “Modernidad líquida”. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires.
Retamal, Christian. “La globalización en el contexto de modernidad tardía”. Disponible en: http://christian-retamal.blogspot.com/
Retamal, Christian. “Crisis de la interpretación de la modernidad en la teoría crítica. Consideraciones desde la ontología de la fluidez social”. En “Política y Sociedad”. Vol. 43, nº 2. Revista de la facultad de Ciencias Políticas y Sociología. Universidad Complutense de Madrid. 2006. Disponible en: http://christian-retamal.blogspot.com/
Retamal, Christian. “Melancolía y modernidad”. En Revista de Humanidades, Vol. 10, 2005. Andrés Bello. Disponible en:
http://christian-retamal.blogspot.com/
Sennett, Richard. “La corrosión del carácter”. Disponible en: http://www.uruguaypiensa.org.uy/imgnoticias/638.pdf
sábado, 11 de octubre de 2008
Actualidad Latinoamericana
Uruguay y Chile, los menos corruptos de Latinoamérica
Empatados, pero no iguales
Ambos países aparecieron en el número
Por Alejandra Yermany
Este pasado martes 23 de septiembre se dio a conocer el ranking del Índice de Percepción de
El estudio, aplicado a 180 naciones de todo el mundo, arrojó interesantes datos sobre la percepción de la corrupción y los factores más relevantes que continúan afectando la lucha contra la corrupción. Específicamente en América Latina y el Caribe, los estudios demuestran que a pesar del crecimiento económico producido en la región el año pasado, de un 5%, no se ha logrado disminuir la desigualdad de ingresos.
Dentro de este contexto, Chile y Uruguay aparecen con la mejor calificación de la región (un 6.9, donde 10 es lo menos corrupto y 1 lo más corrupto). Y aunque nuestro país haya bajado una décima respecto del año anterior y se haya alejado del puesto nº17 alcanzado en el año 2002, hoy, junto con Uruguay se presenta como el país menos corrupto.
Lo que nos une y nos separa…
Chile y Uruguay poseen una base histórica similar. Sus transiciones, desde la independencia hasta los difíciles momentos de la dictadura, han compartido fechas y procesos similares. Uruguay se ha constituido como un país con dos referentes políticos, los “colorados” (liberales) y los “blancos” (conservadores), que vendrían a ser la izquierda y derecha de nuestro país respectivamente, pero que a la vez son distintos. El Partido Colorado tiene ideologías variadas: socialdemócrata, derecha liberal, conservadurismo y humanismo, mientras que en el Partido Nacional (los “blancos”) conviven ideas conservadoras y católicas. Mientras que en Chile, la izquierda se identifica con los ideales socialistas con fuerte poder del estado, y la derecha es partidaria del mercado liberal.
En los años 70, la agitación social azotó a ambos países, produciéndose golpes de estado durante 1973. En el caso de Uurguay, el entonces presidente Juan María Bordaberry (hoy procesado por delitos de lesa humanidad) disolvió el parlamento y se alió a las fuerzas armadas. En Chile, el presidente Salvador Allende y su gobierno socialista fueron destruidos por un golpe militar, con el general Augusto Pinochet a la cabeza.
Tanto en Chile como en Uruguay se vivieron momentos de caos social y político, las libertades se vieron restringidas por las fuerzas militares y las reformas económicas implantadas en ambos países tuvieron un corte liberal, de comercio exterior y apertura económica.
El proceso de retorno a la democracia también fue similar, pero en Uruguay, la voz del pueblo y los derechos cívicos fueron escuchados con anterioridad. Se realizaron elecciones similares al plebiscito de 1989 en Chile y triunfó el Partido Colorado (de tendencias más liberales). Ya en 1985, con la elección del colorado Julio María Sanguinetti, Uruguay volvió a la democracia.
En Chile, en cambio, los partidos políticos –en dónde existía un partido de centro, a diferencia de Uruguay- debieron formar alianzas para enfrentar las elecciones. En nuestro país, la democracia volvió en manos de
Ambos países recuperaron la democracia de manos de los partidos de tendencias más izquierdistas y liberales. Pero el camino por recorrer los fue distanciando, porque si bien ha habido procesos similares, las formas de entender las sociedades y la fuerza cívica de ambos países son muy distintas.
Uruguay es el país más plenamente democrático de América del Sur, según un estudio de The Economist, y cree en los principios de no intervención, el multilateralismo, el respeto de la soberanía nacional, y la confianza en la ley para resolver las controversias. Es el país (junto con Costa Rica) con la distribución de ingreso más equitativa entre el 10% más rico y el 10% más pobre y además -un dato no menor- es el país más alfabetizado de Latinoamérica según las Naciones Unidas (Chile ostenta un 95,7%). Esto se explica porque Uruguay fue la primera nación del mundo que estableció por ley un sistema educativo gratuito, obligatorio y laico en 1877.
A partir de esto, la brecha social de ambos países se distancia. Porque a pesar de la disminución de la pobreza en nuestro país (desde un 38,6% en 1990 hasta un 13,7% en el 2006, según la encuesta CASEN), en chile el quintil más rico del país gana 13,10 veces lo que recibe el quintil más pobre del país, lo que sigue generando profundas desigualdades.
Por último, es importante entender que las economías de ambos países no comparten las mismas estrategias. Uruguay basa su economía en la exportación agrícola y un fuerte gasto social. La mayoría de las empresas de servicios básicos (luz, agua, telefonía) están en manos del Estado, lo que nos entrega una idea de cómo entienden la economía en torno a la estatización de recursos, versus la privatización en nuestro país. Porque Chile planea sus estrategias económicas mirando al norte, con un libre mercado que si bien tiene a nuestro país como una de las economías más globalizadas del mundo, no ha logrado disminuir la desigualdad socioeconómica.
Con todo esto, sólo queda señalar que si bien podemos estar primeros en los niveles de transparencia en Latinoamérica, Uruguay, que nos empata, ha comprendido mejor las formas de desarrollo democráticos de las sociedades, mostrando una imagen país al mundo que si bien no tiene el poder económico de Chile, merece un reconocimiento especial –y a mi modo de ver más importante- por sus excelentes gestiones en democracia y equidad social.
lunes, 2 de junio de 2008
No hay tregua
Saber mezclar con certeza ingredientes y sabores, con el toque justo de cada cual, no se logra sólo siguiendo instrucciones. Hay que ir probando. Si se quiere lograr un plato final fuerte, picante, de esos que quedan dando vueltas en el paladar durante un buen tiempo, las especias deben ser protagonistas contundentes: un toque de corrupción, ojala política, y mucho poder. Todo bien revuelto en el contexto histórico preciso hará de este, un plato inolvidable e irresistible para los comensales.
Tomás Eloy Martínez cocinó un par de veces siguiendo esta receta. Y probó el sabor del éxito. Con
Y como un buen chef que busca innovar en su cocina, Tomás Eloy Martínez se atrevió a cocinar sobre el presente. El vuelo de la reina (ganador del premio Alfaguara de novela, 2002) resultó de una extraña mezcla de sabores.
Algunas cucharaditas de amor y pasión enfermiza, una pizca de crítica religiosa, toques suaves de poder en los medios de comunicación y varias tazas llenas de política, en una sociedad que ha perdido su esplendor de antaño. La mezcla nos da como resultado el reflejo de una sociedad enferma en tiempos en que el ejercicio desmedido del poder se traspasa a todas las esferas de la vida. Sabores reconocidos en toda Latinoamérica. Un plato moderno de gustillos estridentes y no muy sanos, pero adquiridos por la mayoría. Un producto que vende.
La historia transcurre en una Argentina sumida en la corrupción política, en donde los medios de comunicación son protagonistas y cómplices de este juego de poder. G. M. Camargo es el director de un importante diario trasandino y Reina Remis, la periodista objeto de su obsesión.
“Así harás vos, Camargo. La llamarás y le repetirás: mañana. Cuando por fin estés ante su puerta, Reina inclinará la cabeza y vos la pondrás de rodillas, sin permitirle que se levante nunca más.”
Camargo quiere imponer el poder que ostenta en el diario sobre la mujer que lo desprecia, sobre el amor no correspondido. El personaje principal encarna la miseria de quien ha perdido el control. O más bien, de quien sólo lo ha tenido en su trabajo, dejando que su vida personal sea un desastre. Su ex esposa lucha por la salud de una de sus hijas mientras que nuestro protagonista se desvela observando escondido el motivo de su trastorno. “Para no perder ningún detalle, Camargo la observa a través de su telescopio Bushnell de sesenta y siete centímetros que está montado sobre un trípode. Hace diez días alquiló el departamento donde está ahora porque las ventanas del único ambiente se enfrentaban con las del dormitorio de la mujer como un espejo”.
El juego sucio y el difuso límite entre la realidad y la ficción –la locura y la razón- son parte protagónica de El vuelo de la reina. Tanto así, que el autor se dio el lujo de escribir una nota final: “Todos los personajes y lugares de esta novela, aun los que parecen tomados de la realidad, corresponden al orden de la ficción. Leerlos de otro modo violentaría su naturaleza.” Un problema menos, un éxito más para Tomás Eloy Martínez.
Leer El vuelo de la reina es como ver el noticiario de la noche. Es sentarse frente a un espejo. Es contemplar que el mundo está podrido y que la crueldad y la enfermedad son nuestros compañeros de vida. Parte de la normalidad de nuestras sociedades.
Soñar que la historia de amor entre Camargo y Reina podría ser como el romance de
Martín Santomé sería el hombre más envidiado por Camargo. Pero el protagonista de
“Ella me daba la mano y no hacía falta más. Me alcanzaba para sentir que era bien acogido. Más que besarla, más que acostarnos juntos, más que ninguna otra cosa, ella me daba la mano y eso era amor.” Así comprendía Martín Santomé, rejuvenecido, que no hay fracaso ni mediocridad alguna que pueda ofuscar la euforia inconmensurable de un inesperado amor para la redención. Mientras tanto Camargo, al no poder retener el suyo, a pesar de desearlo para él con todas las fuerzas de su distorsionado ego, lo destruye.
A Benedetti se le escapa la poesía por los poros. Transforma con ella el infame diario de vida del oficinista casi jubilado, en el más sobrecogedor de los relatos de amor. Una tragedia que sorprende por su desgarradora crudeza, revelándonos insignificantes ante los caprichos del tiempo. Un amor en el año 1960, versus la pasión enfermiza de Camargo en el 2002. La historia de dos países. Treinta años atrás. Treinta años después.
Tomas Eloy Martínez echa los mismos ingredientes a la olla, pero Camargo se desenvuelve en la desesperación frenética de un comienzo de milenio que ya no aguanta el ritmo, mientras que Santomé mantiene aún su intimidad y pensamientos ajenos a su gris vivir de oficinista. La ciudad en la que vive apenas vislumbra el caos de los tiempos venideros. Benedetti, como buen poeta contemplador de los tiempos, los hace entrever en su prosa. Hoy, muchos años después, vemos la evolución de aquellos primeros síntomas que Santomé registraba escéptico en su diario, en la vida de Camargo.
Pero ya no hay tiempo para cazuelas ni romanticismos. Hoy podríamos decir incluso, sumidos en un mundo sin pausas ni alma, regido por leyes de mercado y poderes inexorables, que la novela de Benedetti es un suave cliché. Una añoranza. Ya no hay tiempos para diarios de vida ni ensimismamientos cargados de compasión. Camargo es la bencina misma de la maquina; circuito del sistema. Es parte inevitable de la cruel cadena alimenticia. Y nuestros corazones ya no miran con ternura ni romanticismo, pues están saturados de colesterol.