lunes, 5 de julio de 2010

Vida, política y excepción


La biopolítica como herramienta de control y recreación del sistema


La vida humana en occidente es un tema de estudio que parece tener dos ejes principales. En primer lugar, la idea de vida humana como oposición a la muerte, como la constante tarea individual de no dejar de existir. En segundo lugar, una idea de vida que no está en función de la muerte sino más bien, constantemente protegida por alguien más, una fuerza externa a uno mismo.

Las ideas de vida existencial –como aquella enfrentada constantemente a la muerte, responsable de su propia continuidad- y de vida providencial –de seres vivos arrojados providencialmente a un mundo en donde existe “algo” que debe velar por su subsistencia- han sido elementos de constante discusión y análisis.

Sin embargo, el desarrollo del concepto de biopolítica – cuya utilización data del siglo XVIII con Focault o incluso antes, en las ideas de Hannah Arendt- como el ejercicio político moderno del control sobre las vidas, utiliza la idea de vida providencial como el objeto principal sobre el cual recae su poder, pues en la biopolítica es el poder el que se inscribe directamente en nuestras vidas, asumiendo un control total.

“Aparecen entonces en la historia tanto la multiplicación de las posibilidades de las ciencias humanas y sociales, como la simultánea posibilidad de proteger la vida y de autorizar su holocausto. En particular, el desarrollo y el triunfo del capitalismo no habrían sido posibles, en esta perspectiva, sin el control disciplinario llevado a cabo por el nuevo bio-poder que ha creado, por así decirlo, a través de una seria de tecnologías adecuadas, los ’cuerpos dóciles’ que le eran necesarios”.

No es difícil notar que nuestras sociedades modernas, globalizadas y homogeneizadas, son constantemente reguladas por la biopolítica en su forma más utilitarista: el biopoder. Estamos frente a la época de la biopolítica, ante un período que contiene en sí las corrientes del biopoder y de la teología política como fuente del poder político, en donde éste se hace cargo de las vidas humanas. Pero ¿de qué tipo de vidas estamos hablando?


El concepto de vida moderna
En este caso, utilizaré el concepto de vida explicada por autores como Arendt y Agamben a partir de la idea base de que estamos compuestos de ZOE y BIOS.

ZOE como el componente más animal, la vida biológica, el círculo de necesidades, de vida, reproducción y muerte; y el BIOS como el componente creativo, revelador, el componente que nos hace ser más que una especie animal: la vida singular, la vida política.

El biopoder recae entonces sobre nuestras vidas controlando los aspectos sociopolíticos principales para mantener un supuesto orden, una vida delimitada, estructurada para ser manejada y sobre todo, castigada.

La anulación del BIOS se desprende de la alienación del ser humano mediante el trabajo, pues según explica Arendt, el “animal laborans” es sólo un mero trabajador, un esclavo cuya única salvación es a través del cumplimiento sostenido de su rol.

Las estructuras de gobierno modernas actúan como contenedores y creadores de este hombre creador y trabajador, y “(…) por lo general juzgan las actividades públicas por su utilidad con respecto a fines supuestamente más elevados: hacer el mundo más útil y hermoso en el caso del homo faber, hacer la vida más fácil y larga en el caso del animal laborans”.

El BIOS es anulado y controlado a través de una vida humana sostenida y contenida en el trabajo como fuente de recreación de “lo humano”, la cual por esta misma razón, debe ser constantemente supervisada y controlada.

Sin embargo, el poder de la biopolítica asume un control completo, no sólo ejercido sobre el componente BIOS, sino principal y negativamente sobre la llamada “mera vida”. La vida culpable, la vida endeudada, es la que recibe el castigo, la que se asume como incorrecta, la que debe ser negada, rechazada.

¿Cómo sucede esto, sin que exista una negación por parte de los hombres? El castigo que recae sobre una parte de la vida humana no parece ser percibido por el colectivo como algo nefasto o negativo, sino más bien como algo positivo, como un aspecto del orden fundamental, como un “must be”. Y aunque algunas personas ahonden en el tema y lleguen a sentir que definitivamente existe un control importante sobre sus cuerpos, la sensación que el biopoder logra se traduce en una idea de autocontrol.

Es decir, quienes se dan cuenta del ejercicio del biopoder muchas veces lo justifican con expresiones como “este tipo se comporta como una bestia”, “hay personas que parecen animales” o algo así como “si no sabe vivir como los hombres, que se vaya a vivir con los animalitos”. Frases explicativas del poder efectivo de la biopolítica, la cual logra convertir en “algo fuera del hombre” nuestra animalidad, a través de la exclusión del ZOE.


La política de la vida útil

“La estructura de la excepción (…) parece ser, dentro de esa perspectiva, consustancial con la política occidental, y la afirmación de Foucault, según la cual para Aristóteles el hombre era un ‘animal viviente y, además, capaz de una existencia política’ debe ser completada de forma consecuente, en el sentido de que lo problemático es, precisamente, el significado de ese ‘además’”.

La inclusión positiva de la animalidad del ser humano no es concebida como algo posible en sociedades modernas, en donde toda actitud instintiva es excluida, enjuiciada y culpabilizada en pro de un orden social que determina que la vida “humana” es una vida completamente aislada del actuar natural.

“Aquello que queda apresado en el bando soberano es una vida humana a la que puede darse muerte pero es insacrificable: el homo sacer.”

Esta idea de homo sacer, hombre sacrificado, nos demuestra la importancia de la vida animal en un sistema que necesita victimizar, culpar y enjuiciar política y socialmente a un externo que es integrado para este fin.

“El estado de excepción, en el que la nuda vida era, a la vez, excluida del orden jurídico y apresada en él, constituía en verdad, en su separación misma, el fundamento oculto sobre el que reposaba todo sistema político. Cuando sus fronteras se desvanecen y se hacen indeterminadas, la nuda vida que allí habitaba queda liberada en la ciudad y pasa a ser a la vez el sujeto y el objeto del ordenamiento político y de sus conflictos, el lugar único tanto de la organización del poder estatal como de la emancipación de él”.

Las estructuras democráticas modernas lograron liberar al hombre de la esclavitud eclesiástica que -antes de la secularización- dominaba las vidas humanas. Sin embargo, la democracia utiliza esta liberación como un engaño ante el cual el ser humano sucumbe, creyendo en conceptos de libertad y autogobierno, cuando en verdad, un nuevo poder intrínseco de las nuevas estructuras de gobierno viene a suplir ese papel: el biopoder.

“Todo sucede como si, al mismo tiempo que el proceso disciplinario por medio del cual el poder estatal hace del hombre en cuanto ser vivo el propio objeto específico, se hubiera puesto en marcha otro proceso que coincide grosso modo con el nacimiento de la democracia moderna, en el que el hombre en su condición de viviente, ya no se presenta como objeto, sino como sujeto del poder político”.

La emancipación del hombre “humano” no es más que la esclavitud del hombre “animal”, parte indisociable pero a la vez constantemente excluida de nuestra vida socio-política.

Las promesas de libertad y autonomía actúan como engranajes de un sistema manejado por el biopoder, el cual ejerce su acción sobre las vidas humanas a través de una política que traspasa lo jurídico y se sumerge en el control completo de nuestra existencia, basando y justificando su actuar en los modernos sistemas de gobierno, como la democracia.


El control recreado

Finalmente, las democracias modernas logran construir un mundo libre del poder de nuestros instintos, de nuestra animalidad “incontrolable”, a través del ejercicio contante de inclusión y exclusión del ZOE y de la manipulación de nuestra vida BIOS como herramienta básica de recreación y mantención del sistema, del mundo humano.

“La convicción de que lo más grande que puede lograr el hombre es su propia aparición y realización no es cosa natural. Contra esta convicción se levanta la del homo faber al considerar que los productos del hombre pueden ser más –y no sólo más duraderos- que el propio hombre, y también la firme creencia del animal laborans de que la vida es el más elevado de todos los bienes.”

Lo importante no es la vida humana por si sola, sino lo que ésta produce. El biopoder finalmente no vela por el hombre ni por la vida, vela por la producción que éste entrega, la materia que perdura y trasciende la vida del hombre y a su vez, propicia la continuidad de la raza humana. La vida es protegida no por mera vida, sino por vida útil, vida que produce la continuidad material del sistema.

La motivación utilitarista es evidente. El control del cuerpo y de nuestras vidas radica principalmente en un mecanismo auto-conservador del sistema. La mantención de nuestras vidas no es un regalo, sino más bien un trueque en dónde entregamos nuestra fuerza vital para la realización y funcionamiento cíclico del régimen imperante.

La libertad que es base de las democracias modernas construye un nuevo ser humano: “(…) el nuevo sujeto de la política no es ya el hombre libre, con sus prerrogativas y estatutos, y ni siquiera simplemente homo, sino corpus; la democracia moderna nace propiamente como reivindicación y exposición de este cuerpo”.

El control de la vida radica en el interés por el cuerpo, por mantener la existencia de los hombres para el funcionamiento de la vida material, política, social. El cuerpo pasa a ser lo importante, lo controlable, lo administrable, lo que debe mantenerse vivo. Es la soberanía del hombre sobre su propia existencia.

Así, el ser humano se convierte en “material creador”, en fuerza laboral. Los hombres pasan a ser constructores de civilidad, de sociedad, de vida que vuelve a ser entregada “en parte de pago”. Y si bien el sistema funciona, muchos de nosotros estamos concientes del precio que hay que pagar.

Bibliografía (citas y referencias)

  • Agamben, Giorgio. Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida. Ed. Pre-Textos. 1998.

  • Arendt, Hannah. La condición humana. Buenos Aires: Editorial Paidós. 2004.