lunes, 18 de octubre de 2010

Que belleza.....


Noctiluca - Jorge Drexler

La noche estaba cerrada
y las heridas abiertas.
Y yo que iba a ser tu padre
buscaba sin encontrarme en una playa desierta.

Tenia la edad aquella en que la certeza caduca,
y de pronto al mirar el mar vi que el mar brillaba con un millar de noctiluca.

Algo de aquel asombro debio anunciarme que llegarías,
pues yo desde mis escombros al igual que el mar sentí que fosforecia.

Supe sin entenderlo de tu alegria anticipada
un dia entenderas que habla de ti esta canción encandilada.

Brilla
Noctiluca,
un punto en el mar oscuro
donde la luz se acurruca....

viernes, 15 de octubre de 2010

Shock Traumático

El principio de repetición como norma del mundo moderno


Ordenando ideas iniciales…

“En la vida anímica individual aparece integrado siempre, efectivamente, <>, como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la sicología individual es al mismo tiempo y desde un principio sicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado”.[1]


La imagen de la fábrica de Ford es el clásico ejemplo de la noción del cambio radical de nuestras sociedades, las cuales pasaron de tener una estructura básica de supervivencia en “estado natural” a un complejo sistema interrelacionado, en el cual la lógica de mantención de la vida (o más bien, la mantención de un estatus y rol en la vida) está dada por la propiedad, la producción y la capitalización de aquella producción, para generar cultura y posteriormente, reproducirla.


George Hegel explica esta idea de interrelación social argumentando que “La finalidad egoísta, en su realización, condicionada así por la universalidad funda un sistema de dependencia universal de manera que la subsistencia y el bienestar del singular y su existencia empírica jurídica están entretejidos con la subsistencia, el bienestar y el derecho de todos (…)”.[2]


Así, la estructura feudal se vio desplazada por el surgimiento de la ciudad, la y con ella, la especialización del trabajo y la universalización de los mercados. La irrupción del capitalismo y la modernidad se dio como el paso lógico, evolutivo.


Esta estructura sería entonces el salto de un estado más bien natural de supervivencia a otro radicalmente distinto, en donde el comercio feudal basado en el trueque fue desplazado por el trabajo asalariado, realizado por trabajadores especializados, los cuales se convirtieron en ciudadanos pero, por sobre todo, en consumidores.


Este vuelco desde la satisfacción básica a la creación de nuevas y cada vez más complejas necesidades es resultado lógico –a mi parecer- de dos cambios fundamentales mencionados anteriormente: la especialización del trabajo y el surgimiento del derecho de propiedad.


La idea de derecho de propiedad que se desprende del pensamiento moderno entiende que si existen cosas, estas tienen que tener una finalidad y una pertenencia. Es decir, los objetos son de alguien en particular –no de todos a la vez- donde sea que estén.


La idea de propiedad en cuanto a posesión de algo que es mío, y por lo tanto, no es tuyo y debe ser respetado como tal, hoy traspasa las fronteras del tiempo y el espacio. Lo que es mío no necesariamente lo tengo que tener aquí y ahora, sino que puede ser mío estando lejos, y durante mucho tiempo. Así, las dinámicas sociales de intercambio cambiaron drásticamente y las sociedades se establecieron en función de la pertenencia y al consumo.


Esto porque si antiguamente eran el Estado y la Sociedad Civil los encargados de asegurar la satisfacción de nuestras necesidades, hoy el mercado ocupa ese lugar y crea consigo un mundo globalizado en donde nuestras necesidades se ven multiplicadas infinitamente, para asegurar así, la obtención de “lo mío” y la continuidad del sistema.


Por otra parte, esta continuidad del sistema se sostiene gracias a la especialización del trabajo, a la especificación de habilidades, las que crean un sujeto social que trabaja para otros, no para sí, y que sólo realiza una parte específica del objeto final. Es decir, un sujeto que no es el artífice del objeto creado en su totalidad, cuyo desprendimiento del objeto creado es parte natural del sistema, transformándose en cliente de quien comercializa aquel objeto finalizado.


Este sujeto es entonces un personaje Fordeano en su esplendor: una parte mínima de la máquina, un engranaje fácilmente reemplazable por tantos otros iguales como él, que aprendieron su oficio ya no por resultado de la experiencia, sino a través de textos, de normas escritas por otros, de teorías preexistentes.


Es este sujeto moderno quien recrea un sistema basado en la repetición de un sin fin de estructuras aprendidas, ya no por la experiencia vivida, sino por la repetición de patrones. Es un sujeto marcado por la crisis de la experiencia.


Pobreza de experiencia

“¿No hemos notado acaso que las experiencias se han vuelto independientes de la gente?... Ha surgido un mundo de atributos sin el hombre, de experiencias sin la persona que las experimenta, y hasta podría aparecer, desde un punto de vista ideal, que la experiencia privada es una cosa del pasado…”[3]


La reproducción de la vida social tal como la conocemos hoy en día es simplemente una dinámica de repetición. El hombre moderno es un sujeto construido en base a patrones reconocibles, en base a la rutina, a la información circulante.


Patrones, comportamiento rutinario e información son términos claves para entender la crisis de la experiencia y su repercusión en las vidas modernas como un “shock traumático”.


“Sabíamos muy bien lo que era la experiencia: los mayores se la habían pasado siempre a los más jóvenes. En términos breves, con la autoridad de la edad, en proverbios; prolijamente, con locuacidad, en historias; a veces como una narración de países extraños, junto a la chimenea, ante hijos y nietos. Pero ¿dónde ha quedado todo eso? ¿Quién encuentra hoy gentes capaces de narrar como es debido?... ¿Quién intentará habérselas con la juventud apoyándose en la experiencia?”[4]


Frente a esto podemos reconocer en Benjamin la problemática de la crisis de la experiencia en la vida moderna basada en el intercambio de información. Es decir, en la capacidad de contar historias y –además- en la capacidad de recibirlas.


¿Quién tiene tiempo para historias? En un mundo moderno en el que todo debe estar listo para ayer, el momento de aprender aquellas tradiciones frente a la chimenea no existe. ¿Quién puede narrar historias asombrosas y novedosas en un mundo multicultural, intercomunicado, multimedial, en el que nada es novedad? Y no sólo eso… ¿quién es capaz de retener aquellas historias en la memoria, en un mundo forzado al olvido, al ahora, al Carpe Diem?


“La gente que no se aburre no puede contar historias. Pero en nuestras vidas ya no hay lugar para el aburrimiento. Las actividades que están estrechamente relacionadas con el ya han desaparecido. Una segunda razón es que el arte de narrar se pierde cuando las historias dejan de ser retenidas. Se pierde porque ya ni se hila ni se teje ni se realiza ningún trabajo artesanal mientras se las escucha. En suma, para que las historias prosperen, debe haber trabajo, orden y subordinación… otra razón en cuanto a la imposibilidad de escuchar historias reside en que hoy las cosas ya no duran tanto como deberían”.[5]


Quien aprende, lo hace a través del academicismo, de la tecnología y de la inmensa cantidad de información que circula no sólo en nuestra ciudad, sino que alrededor del mundo. Recurrir al abuelo para saber algo es cosa del pasado. Hoy, el abuelo es Google y mi experiencia no es la experimentación de aquello que aprenderé sino la forma en que, fácilmente, obtendré esa información.


La experiencia del oyente, de quien observa deambulando por la ciudad, es la experiencia vacía de quien vive la crisis de la experiencia como un shock.


Trauma del hombre moderno

Para Theodor Reik, discípulo de Freud “La función de la memoria es proteger las impresiones. El recuerdo apunta a su desmembración. La memoria es esencialmente conservadora; el recuerdo es destructivo”[6]


Pero ¿qué es la memoria y qué es un recuerdo? ¿Qué tipo de recuerdos podría tener quién no ha experimentado la vida como algo propio sino como la repetición de algo ya antes vivenciado por otro?


Freud señala que “hacerse conciente y dejar huella en la memoria son incompatibles para un mismo sistema” y que “los residuos del recuerdo son a menudo más fuertes y más firmes, cuando el proceso que los deja atrás jamás llega a ser conciente”[7].


Si bien Freud nunca señala una distinción entre recuerdo y memoria, Reik sí lo hace. El autor señala que el recuerdo es destructivo y con esto, podríamos llegar a la conclusión, utilizando la terminología de otro discípulo de Freud -Proust- que aquel recuerdo sería una “memoria involuntaria” es decir, aquella que es traída a la conciencia sin mi voluntad, de manera improvista. Como si lo que recordáramos en verdad no lo hubiésemos vivido, sino sólo aprendido.


“Sólo puede ser componente de la memoria involuntaria lo que no ha sido vivido explícita y concientemente, lo que no le ha ocurrido al sujeto como vivencia”.[8]


Frente a esta afirmación, y teniendo como problemática la crisis de la experiencia, podríamos enlazar estas ideas para elaborar la siguiente hipótesis:

Si la crisis de la experiencia radica en la incapacidad del hombre moderno por vivir una vida propia, por aprender de vivencias experimentadas por sí mismos, podríamos entonces deducir que existe en la mente del hombre moderno un vacío de memoria vivencial, o, como explicaría Freud, un reemplazo de aquella memoria que es voluntaria, que es conservadora, por recuerdos de memoria involuntaria, recuerdos que no han sido vivenciados sino que han sido interiorizados como propios a través del aprendizaje no vivencial que puede ser obtenido gracias al incesante flujo de información existente.


Frente a esto y siguiendo con el intento de análisis sicológico de esta crisis de la experiencia, podríamos decir que el shock de la vida moderna es un trauma, pues al existir una sustitución de la experiencia por el flujo de información, nos encontraríamos frente a una “rotura de la protección contra estímulos”.


“Para el organismo vivo, defenderse frente a los estímulos es una tarea casi más importante que la de acogerla; está dotada de una provisión energética propia y debe aspirar sobre todo a proteger las formas de transformación de energía que operan en ella específicamente, de la influencia niveladora, esto es <>. La amenaza de esas energías es la del shock. Cuanto más habitualmente se registra en la conciencia, tanto menos habrá que contar con su repercusión traumática”.[9]


El trauma vivido por el hombre moderno radicaría en el shock inconciente que nos provoca esta crisis de la experiencia. Frente a esto, podríamos volver al sicoanálisis para comprender de qué manera la modernidad logra mantener la recreación de su sistema.


A mi juicio, el símil entre el sistema que recrea constantemente el mundo moderno y la terminología utilizada en el sicoanálisis se da a través del concepto de “principio de repetición” utilizado por los sicólogos en el tratamiento de los traumas neuróticos.


“Después de graves conmociones mecánicas, tales como choques de trenes y otros accidentes en los que existe el peligro de muerte, suele aparecer una perturbación, a larga tiempo conocida y descrita, a la que se ha dado el nombre de <>”[10].


Explicado de manera simple, el sicoanálisis utiliza el principio de repetición para volver conciente el recuerdo de aquella perturbación. A través de la repetición del recuerdo, lo que el sicólogo busca es intentar traer a la conciencia los elementos del inconciente que hacen que el trauma se mantenga. Al incorporar el trauma a la conciencia, se logra es repetirlo, vivirlo nuevamente para poder trabajarlo concientemente.[11]


Esta repetición conciente de una vivencia traumática podría ser aquella repetición constante de las supuestas vivencias del hombre moderno, aquellos patrones aprendidos y puestos en ejecución una y otra vez.

El placebo y la multitud

“…Así pues, la desaparición de la personalidad conciente, el predominio de la personalidad inconciente, la orientación de los sentimientos y de las ideas en igual sentido, por sugestión y contagio, y la tendencia a transformar inmediatamente en actos las ideas sugeridas, son principales caracteres del individuo integrado en una multitud. Perdidos todos sus rasgos personales, pasa a convertirse en un autómata sin voluntad”.[12]


Esta idea del "retorno del trauma" podríamos entenderla como el intento por traer a la conciencia esta crisis de la experiencia, para neutralizarla y hacerla parte de nuestra realidad.


En este caso, el trauma sería la vida sin ser vivida, es decir, la repetición de una vida ajena, y la “obsesión de repetición” la forma de neutralizar el trauma y hacerlo parte de la conciencia, es decir, disfrazarlo como si lo que repetimos fuera parte de la memoria voluntaria (lo vivido) y no de esta memoria involuntaria (el recuerdo de algo que no es propio).


Tal ejercicio permitiría hacer del trauma algo superado, algo normalizado. Sería el remedio, el placebo frente a una vida que debe repetirse una y otra vez y que debe ser asumida como tal para lograr la recreación de la vida social moderna.


Esto, en un nivel macro, es un síndrome social de toda una población envuelta en la vorágine del mundo moderno. No es una situación aislada, ni un caso específico e individual. Es la situación de la multitud.



“Dentro de una multitud, todo sentimiento y todo acto son contagiosos, hasta el punto de que el individuo sacrifica muy fácilmente su interés personal al interés colectivo, actitud contraria a su naturaleza, y de la que el hombre sólo se hace susceptible cuando forma parte de una multitud”.[13]


Lógicamente, el trauma y su posterior obsesión de repetición no serían efectivos sin la existencia de los lazos que nos unen y nos definen como sociedad moderna, como una multitud que actúa guiada ciegamente por los impulsos colectivos de la totalidad de sus integrantes.


“La multitud es impulsiva, versátil e irritable y se deja guiar casi exclusivamente por lo inconciente. (…) Nada en ella es premeditado. Aun cuando desea apasionadamente algo, nunca lo desea mucho tiempo, pues es incapaz de una voluntad perseverante. (…) La multitud es extraordinariamente influenciable y crédula. Carece de sentido crítico y lo inverosímil no existe para ella”.[14]


Y, tal como vuelve a señalar Freud “cuando más enérgica es la homogeneidad mental, más fácilmente los individuos una masa sicológica y más evidentes serán las manifestaciones de un alma colectiva”.[15] Es decir, el shock y la vivencia del trauma de la modernidad se reproduce no sólo gracias al principio de repetición, sino además, gracias a esta sicología colectiva de la cual el hombre difícilmente puede apartarse.


“Por último, las multitudes no han conocido jamás la sed de la verdad. Piden ilusiones, a las cuales no pueden renunciar. Dan siempre la preferencia a lo irreal sobre lo real, y lo irreal actúa sobre ellas con la misma fuerza que lo real. Tienen una visible tendencia a no hacer distinción entre ambos”.[16]


Esta multitud adormecida por el shock traumático de la falta de experiencia es sin lugar a dudas la imagen más clara del mundo social moderno, y su excepción podría manifestarse en la alteración individual de quién logra decidir, actuar y experimentar fuera de la masa. “La disminución colectiva del nivel intelectual se evitaría quitando a la multitud la solución de los problemas intelectuales, para confiarla en los individuos.”[17]


Sin embargo, el fortalecimiento de esta multitud cegada gracias a las múltiples manifestaciones del poder recreativo de la modernidad, hacen del panorama algo cada vez más hermético y menos distinguible, cuyas distintas manifestaciones -tanto en la siquis individual como colectiva- hacen aún menos posible el despertar anímico e intelectual del ser humano.


Sin dudas, las posibilidades de sanar a la multitud parecen ser sólo utopías, pues la inclinación de éstas por mantenerse ciegas, crédulas y cómodas en este mundo recreado, servido en bandeja, parece ser algo suficiente para continuar creyendo en este maravilloso proyecto de la modernidad.


Bibliografía

  1. Hegel, George. “Rasgos Fundamentales de la Filosofía del Derecho”. Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 2000.

  1. Jay, Martin. “El lamento por la crisis de la experiencia. Benjamin y Adorno”, Cantos de experiencia, Buenos Aires, Paidós, 2009.

  1. Freud, Sigmund. “Obras Completas” Vol 3. Biblioteca Nueva, Madrid, 2003.

  1. Benjamin, Walter. “Iluminaciones II. Poesía y Capitalismo”. Ed. Taurus, Madrid, 1998.

  1. Freud, Sigmund. “Sicología de las masas y análisis del yo”. Biblioteca Nueva, Madrid, 2003.



[1] Freud, Sigmund, “Sicología de las masas y análisis del yo”. Biblioteca Nueva, Madrid, 2003. p. 2563

[2] George W. F. Hegel. “Rasgos Fundamentales de la Filosofía del Derecho”. p. 252. Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 2000.

[3] Musil, Robert. “The man without qualitites”. Vol 1, NY, 1996 en Jay, Martin, “El lamento por la crisis de la experiencia. Benjamin y Adorno”, Cantos de experiencia, Buenos Aires, Paidós, 2009. p. 379.

[4] Benjamin, Walter. “Experience and poverty” (1933) en Jay, Martin, “El lamento por la crisis de la experiencia. Benjamin y Adorno”, Cantos de experiencia, Buenos Aires, Paidós, 2009. p. 380.

[5] Benjamin, Walter. “The handkerchief” (1932) en Jay, Martin, “El lamento por la crisis de la experiencia. Benjamin y Adorno”, Cantos de experiencia, Buenos Aires, Paidós, 2009. p. 382.

[6] Reik, Theodore. “Der ûberraschte Psychologe. Uber Erraten und Verstehen unbewusster Vorgange” (1935) en Freud, Sigmund. “Obras Completas” Vol 3. Biblioteca Nueva, Madrid, 2003. p.129.

[7] Freud, Sigmund. en Benjamin, Walter. “Iluminaciones II. Poesía y Capitalismo”. Ed. Taurus, Madrid, 1998. p.129.

[8] Benjamin, Walter. “Iluminaciones II. Poesía y Capitalismo”. Ed. Taurus, Madrid, 1998. p. 129.

[9] Benjamin, Walter. “Iluminaciones II. Poesía y Capitalismo”. Ed. Taurus, Madrid, 1998. p. 130.

[10] Freud, Sigmund. “Obras Completas” Vol 3. Biblioteca Nueva, Madrid, 2003. p.2510.

[11] Idea extraída de Freud, Sigmund. “Obras Completas” Vol 3. Biblioteca Nueva, Madrid, 2003.

[12] Freud, Sigmund, “Sicología de las masas y análisis del yo”. Biblioteca Nueva, Madrid, 2003. p. 2567.

[13]Ìbid. p. 2565.

[14] Freud, Sigmund, “Sicología de las masas y análisis del yo”. Biblioteca Nueva, Madrid, 2003, 2568.

[15] Ìbid., p. 2572.

[16] Íbid., p. 2570.

[17] Ìbid., p. 2574.