martes, 13 de enero de 2009

Fluidificación de la vida

Fluidificación de la vida

El derretimiento de los sólidos de la modernidad y su repercusión en la vida individual

Resumen

En el presente artículo se aborda el proceso de liquefacción de las estructuras sólidas de la modernidad, y el surgimiento de un nuevo orden dominado por el mercado. Aquí, se explicarán a grandes rasgos las consecuencias de esta fluidificación en las vidas personales de los individuos de la modernidad tardía.

Palabras clave

Modernización, mercado, capitalismo, individuo, sociedad de consumo, modernidad tardía.



Pensar en la modernidad o “lo moderno” como un sólido parece ser contradictorio. El afán por ser moderno traía de la mano el quiebre de los sólidos existentes, de las estructuras antiguas y obsoletas. Es decir, la idea de modernización no era otra cosa que la desarticulación de los parámetros ya existentes, el derretimiento y reemplazo de los sólidos defectuosos, antiguos. “Los primeros sólidos que debían disolverse y las primeras pautas que debían profanarse eran las lealtades tradicionales, los derechos y obligaciones acostumbrados que ataban de pies y manos, obstaculizaban los movimientos y constreñían la iniciativa” .

Estos sólidos premodernos debían ser desintegrados por una modernización afanosa de nuevas creaciones, de “lo nuevo”. Pero esta desintegración, esta fluidificación de los viejos sólidos no tenía por objetivo fluidificar las estructuras. Por el contrario, las fuerzas modernizadoras tenían como fin último la reestructuración, el rearme de nuevas y mejores estructuras sólidas que de una vez por todas pudieran sostener las vidas humanas.

Esta desintegración de los antiguos sólidos defectuosos, trajo tras de sí la liberación de todas las reglas tradicionales que mantenían el orden social. Para desintegrar aquellos sólidos, fue necesario desprenderse de las antiguas travas, tanto políticas como económicas y sociales, que venían moldeando y sosteniendo las vidas premodernas. Las promesas del ser libre venían de la mano con la desintegración de las castas o de la superioridad por apellido. Es decir, con la libertad de poder ascender socialmente, gracias al esfuerzo propio.

Sin embargo, la reestructuración moderna, que pretendía forjar nuevos y mejores sólidos, terminó fluidificando las vidas humanas al establecer un nuevo orden –que debía ser aún más sólido- en donde la economía capitalista, emancipada, se erigió como el nuevo sólido. “Derrotado el campo socialista, el capitalismo quisiera reinar eternamente, destruir la historia como la narración del cambio que hace que, parafraseando a Marx, todo lo sólido se desvanezca en el aire”. Todos los sólidos obsoletos, antiguos y defectuosos, fueron arrasados por el nuevo modelo de la llamada modernidad tardía. “Casi todos los poderes políticos o morales capaces de trastocar o modificar ese nuevo orden habían sido destruidos o incapacitados, por debilidad, para esa tarea” . Cualquier agente externo que quisiera introducir cambios a este nuevo y poderoso sólido que es la economía de mercado, se desarticulaba en su intento. “(…) [el orden económico] llegó a dominar la totalidad de la vida humana, volviendo irrelevante o inefectivo todo aspecto de la vida que no contribuyera a su incesante y continua reproducción” .

El dominio de la economía –a través de un sistema capitalista, en donde el mercado ha definido las nuevas pautas de conducta- trajo un nuevo tipo de esclavitud: las clases sociales y el poder de adquisición. Las promesas emancipadoras de la modernización se desvanecieron. La vida social se desmanteló y se estableció un nuevo orden basado en la salvación individual de la identidad, que ha sido separada de un orden social e inserta en un salvaje sistema de autoafirmación del yo a través de “lo que tengo”.

Esta nueva sociedad reordenó las formas de socialización e identidad de los individuos, al dejar que el consumo abarque la globalidad de nuestras vidas, dependiendo, ya no de antiguas instituciones como la familia o la escuela, sino del mercado como agente principal de construcción de identidad individual.

Nuestra identidad hoy es definida por la capacidad de consumo y no por la genealogía del apellido o por el barrio donde se vive. Soy “este” o “aquel” tipo de individuo según mi poder de compra, y mi autoafirmación se basa constantemente en lo que pueda consumir. De ahí que hoy, en nuestras sociedades, los créditos de consumo y las cuotas sean la única forma de muchas personas, de “ser” alguien en la vida.


El individuo a la deriva

Esta nueva sociedad de consumo, en donde los individuos vuelcan todos sus esfuerzos de identificación en la compra compulsiva y el consumo constante, ha devenido en la fluidificación de la identidad individual. “La globalización muestra que la modernidad tardía trae aparejada otro modo de formación del sí mismo, que ya no tiene como referente el arquetipo estatal y nacional, sino uno nuevo que se ha liberado del territorio como fuente de identidades” . Es la formación de mi identidad global, que se sustenta en el mercado y en los profundos cambios de esta modernidad tardía.

El individuo que antes se contentaba con un buen trabajo y una familia bien constituida, hoy está obsoleto. Si bien los trabajos rutinarios podían ser tediosos, eran fuente de seguridad y estabilidad, al existir pocas posibilidades de errar en labores con estas características. “Un cambio en la moderna estructura institucional ha acompañado el trabajo a corto plazo, con contrato o circunstancial. Las empresas han intentado eliminar capas enteras de burocracia para convertirse en organizaciones más horizontales y flexibles. (...) Esto significa que los ascensos y los despidos tienden a no estar estipulados en normas dadas y fijas, como tampoco están rígidamente definidas las tareas: la red redefine constantemente su estructura.” Todo esto aumenta el temor a la inestabilidad laboral.

Antes, la posibilidad de “ser feliz porque no nos falta nada”, era viable. Si antes la conformidad era una posibilidad –y no sólo eso, sino casi un ideal de vida, como meta o fin- hoy, conformarse no tiene cabida. Esto, porque las nuevas sociedades de consumo no actúan según sus necesidades básicas de bienestar sino que se ven impulsados por nuevas conductas de consumo, menos racionales y más impulsivas, como una forma de reafirmar constantemente un buen lugar en el mercado. “Como no hay normas para convertir algunos deseos en necesidades y quitar legitimidad a otros deseos, convirtiéndolos en ‘falsas necesidades’, no hay referencias para medir el estándar de ‘conformidad’” .

¿Necesitamos ser sofisticados? ¿Necesitamos estar a la moda? El surgimiento de conceptos como “estilo de vida” ha llevado a los individuos a entrar en la frenética búsqueda de esta nueva “identidad de mercado”. El consumo, ya no por necesidad sino que por gusto, nos ofrece la satisfacción de estas “necesidades modernas” y nos entrega un valor agregado: el plus de la integración, de la pertenencia, de ser parte de algo.

El surgimiento del concepto de “estilo de vida” es un ejemplo vívido de la fluidificación social. Antes, el concepto sólido de salud, por ejemplo, propiciaba conductas de vida para conseguir aquella meta. Hoy, los estilos de vida han fluidificado esos sólidos, convirtiéndolos en ideas menos rígidas. “Estar en forma (…) no es nada sólido: es un estado que, por su naturaleza, no puede ser definido ni circunscrito con precisión.”

Si mi estilo de vida tiene como ideal “estar en forma”, estoy fluidificando lo que antes habría sido un régimen de vida sana. Y al pertenecer a este grupo de identificación, consumo productos específicos que proyectan lo que yo, o mi grupo, somos. El problema surge cuando estos estilos de vida o sus productos característicos cambian. Antes, tomar agua era sano. Luego, pasó a ser un producto para “estar en forma”. Hoy, aunque suene curioso, hay distintos tipos de agua: con menos sodio, con sabor, con más oxígeno, etc., y todas ellas proyectan un estilo de vida distinto. Si ayer mi estilo de vida me obligaba a consumir agua, hoy, esto se complejiza y fluidifica en un mar de opciones distintas que significan también, algo distinto. Es entonces que los consumidores deben volver a formular su identidad, una y otra vez.

Frente a estas nuevas estructuras sociales, el nuevo individuo de consumo vive con la incertidumbre constante que le genera la simple idea de dejar de pertenecer o de llevar aquel estilo de vida. Y como las estructuras sólidas que antes aseguraban un estado de bienestar social han sido desmanteladas, el individuo ha quedado a la deriva, a merced del comportamiento del mercado y de su propio esfuerzo para lograr mantener ese estatus de vida.

Así mismo, quienes no pertenecen a un estilo de vida sofisticado o al grupo de consumidores más elevado, vive constantemente luchando contra las condiciones de la modernidad líquida. El marginado vive “una fluidez involuntaria y dolorosa, radicalmente distinta al carácter gozoso y lúdico que tiene para los globales integrados”. El individuo que no pertenece a estas sociedades de mercado, es el ejemplo más evidente de la incapacidad humana por retomar las riendas de sus propias vidas en el sistema imperante, haciéndolo mirar con nostalgia y melancolía las antiguas estructuras sociales en las que se podía confiar. “Dicha condición se revela como una crisis de la propia subjetividad moderna, y particularmente como un agotamiento de las fuerzas emancipadoras radicadas en la herencia de la Ilustración y en los diversos utopismos”.

Cuando el individuo, marginado e incapaz de pertenecer a grupos de alto consumo añora otros tiempos, hace reflotar las promesas incumplidas del afán modernizador. “Afortunadamente para los clientes con recursos, esos recursos los protegen de las desagradables consecuencias del consumo: pueden desechar las pertenencias que ya no desean y conseguir las que desean; están protegidos contra el rápido envejecimiento y la obsolescencia de los deseos, y contra su efímera satisfacción”. Desafortunadamente, quienes no lo están, corren el riesgo de ser indeseables, víctimas del sistema.

Y para no pasar a ser aquellos “clientes sin recursos”, la individualización y la reafirmación del “yo” suponen una nueva forma de ver la vida como una contante carrera para alcanzar una meta que realmente no existe, porque se fluidifica constantemente.

“La modernidad tardía (…) se caracteriza por una formación del sí mismo diferente, ya que pone en ejercicio una estructuración que implícitamente inserta en sí el dinamismo de la diferencia, el caos de lo opuesto”. Ser diferente implica cambiar constantemente, amoldarse, resignificarse continuamente, intentando no caer en la ilusión de un sistema que prometía progreso, pero que diluye aquellas ideas en un sin sentido constante.


A modo de conclusión…

Con todo, parece ser que el mercado es el sólido más consistente que haya podido jamás crear el hombre. Establece un círculo vicioso en el cual la totalidad de las sociedades están insertas. La dinámica del consumo ha abarcado la totalidad de nuestras vidas y la nostalgia que esto genera termina siendo el motor de su propia recreación constante. Más aún, si consideramos a la globalización como el principal agente articulador y conservador de esta nueva estructura, que fluidifica el orden de vida social, pero solidifica el sistema como el único capaz de contener las vidas errantes de una sociedad condenada a pertenecer, involuntariamente, a este sistema que ya no tiene vuelta atrás.

Mientras el capitalismo siga siendo el eje central de las sociedades de la modernidad tardía, el consumo como soporte de la identidad individual seguirá marcando las pautas de comportamiento social globalizado, y la formación del individuo seguirá dependiendo de la distorsión que produce suponer que mi participación en el mercado es un reflejo del yo individual.



Bibliografía

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Retamal, Christian. “La globalización en el contexto de modernidad tardía”. Disponible en: http://christian-retamal.blogspot.com/

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Sennett, Richard. “La corrosión del carácter”. Disponible en: http://www.uruguaypiensa.org.uy/imgnoticias/638.pdf