lunes, 2 de junio de 2008

No hay tregua

Para preparar una buena novela existen distintas recetas, según el gusto de quién cocina.
Saber mezclar con certeza ingredientes y sabores, con el toque justo de cada cual, no se logra sólo siguiendo instrucciones. Hay que ir probando. Si se quiere lograr un plato final fuerte, picante, de esos que quedan dando vueltas en el paladar durante un buen tiempo, las especias deben ser protagonistas contundentes: un toque de corrupción, ojala política, y mucho poder. Todo bien revuelto en el contexto histórico preciso hará de este, un plato inolvidable e irresistible para los comensales.

Tomás Eloy Martínez cocinó un par de veces siguiendo esta receta. Y probó el sabor del éxito. Con La Novela de Perón (1985) y Santa Evita (1995), dio en el equilibrio perfecto entre un plato elegante, sólo para paladares refinados y uno más bien popular, con toques de cercanía y sensibilidad que no podían fracasar en un país como Argentina, que se ha habituado a vivir de los recuerdos. De un país que fue y que ya no es.

Y como un buen chef que busca innovar en su cocina, Tomás Eloy Martínez se atrevió a cocinar sobre el presente. El vuelo de la reina (ganador del premio Alfaguara de novela, 2002) resultó de una extraña mezcla de sabores.

Algunas cucharaditas de amor y pasión enfermiza, una pizca de crítica religiosa, toques suaves de poder en los medios de comunicación y varias tazas llenas de política, en una sociedad que ha perdido su esplendor de antaño. La mezcla nos da como resultado el reflejo de una sociedad enferma en tiempos en que el ejercicio desmedido del poder se traspasa a todas las esferas de la vida. Sabores reconocidos en toda Latinoamérica. Un plato moderno de gustillos estridentes y no muy sanos, pero adquiridos por la mayoría. Un producto que vende.

La historia transcurre en una Argentina sumida en la corrupción política, en donde los medios de comunicación son protagonistas y cómplices de este juego de poder. G. M. Camargo es el director de un importante diario trasandino y Reina Remis, la periodista objeto de su obsesión.

“Así harás vos, Camargo. La llamarás y le repetirás: mañana. Cuando por fin estés ante su puerta, Reina inclinará la cabeza y vos la pondrás de rodillas, sin permitirle que se levante nunca más.”

Camargo quiere imponer el poder que ostenta en el diario sobre la mujer que lo desprecia, sobre el amor no correspondido. El personaje principal encarna la miseria de quien ha perdido el control. O más bien, de quien sólo lo ha tenido en su trabajo, dejando que su vida personal sea un desastre. Su ex esposa lucha por la salud de una de sus hijas mientras que nuestro protagonista se desvela observando escondido el motivo de su trastorno. “Para no perder ningún detalle, Camargo la observa a través de su telescopio Bushnell de sesenta y siete centímetros que está montado sobre un trípode. Hace diez días alquiló el departamento donde está ahora porque las ventanas del único ambiente se enfrentaban con las del dormitorio de la mujer como un espejo”.

El juego sucio y el difuso límite entre la realidad y la ficción –la locura y la razón- son parte protagónica de El vuelo de la reina. Tanto así, que el autor se dio el lujo de escribir una nota final: “Todos los personajes y lugares de esta novela, aun los que parecen tomados de la realidad, corresponden al orden de la ficción. Leerlos de otro modo violentaría su naturaleza. Un problema menos, un éxito más para Tomás Eloy Martínez.

Leer El vuelo de la reina es como ver el noticiario de la noche. Es sentarse frente a un espejo. Es contemplar que el mundo está podrido y que la crueldad y la enfermedad son nuestros compañeros de vida. Parte de la normalidad de nuestras sociedades.

Soñar que la historia de amor entre Camargo y Reina podría ser como el romance de La Tregua de Benedetti sería ingenuo. Sin embargo, ambas novelas parecen ser el resultado de una misma idea, en dos épocas distintas.

Martín Santomé sería el hombre más envidiado por Camargo. Pero el protagonista de La Tregua (1960) es un tipo mediocre, derrotado por la vida, que vive contando los rutinarios días que faltan para su jubilación. ¿Habría cambiado, el poderoso Camargo, su éxito profesional por una historia de amor con Laura Avellaneda? Si bien no posee el perfil de Reina Remis, sí tiene la capacidad de entregar amor. El amor locamente ansiado por Camargo, sólo obtenido por Santomé.

“Ella me daba la mano y no hacía falta más. Me alcanzaba para sentir que era bien acogido. Más que besarla, más que acostarnos juntos, más que ninguna otra cosa, ella me daba la mano y eso era amor.” Así comprendía Martín Santomé, rejuvenecido, que no hay fracaso ni mediocridad alguna que pueda ofuscar la euforia inconmensurable de un inesperado amor para la redención. Mientras tanto Camargo, al no poder retener el suyo, a pesar de desearlo para él con todas las fuerzas de su distorsionado ego, lo destruye.

A Benedetti se le escapa la poesía por los poros. Transforma con ella el infame diario de vida del oficinista casi jubilado, en el más sobrecogedor de los relatos de amor. Una tragedia que sorprende por su desgarradora crudeza, revelándonos insignificantes ante los caprichos del tiempo. Un amor en el año 1960, versus la pasión enfermiza de Camargo en el 2002. La historia de dos países. Treinta años atrás. Treinta años después.

Tomas Eloy Martínez echa los mismos ingredientes a la olla, pero Camargo se desenvuelve en la desesperación frenética de un comienzo de milenio que ya no aguanta el ritmo, mientras que Santomé mantiene aún su intimidad y pensamientos ajenos a su gris vivir de oficinista. La ciudad en la que vive apenas vislumbra el caos de los tiempos venideros. Benedetti, como buen poeta contemplador de los tiempos, los hace entrever en su prosa. Hoy, muchos años después, vemos la evolución de aquellos primeros síntomas que Santomé registraba escéptico en su diario, en la vida de Camargo.

Pero ya no hay tiempo para cazuelas ni romanticismos. Hoy podríamos decir incluso, sumidos en un mundo sin pausas ni alma, regido por leyes de mercado y poderes inexorables, que la novela de Benedetti es un suave cliché. Una añoranza. Ya no hay tiempos para diarios de vida ni ensimismamientos cargados de compasión. Camargo es la bencina misma de la maquina; circuito del sistema. Es parte inevitable de la cruel cadena alimenticia. Y nuestros corazones ya no miran con ternura ni romanticismo, pues están saturados de colesterol.