lunes, 26 de noviembre de 2007

Ser mujer....


Tengo una botellita de agua siempre recargada en el velador. La verdad es que, a esta hora, debo tomarme tres pastillas: una cápsula de aloe vera, una vitamina de Pharmaton y la anti-guaguas. También debo sacarme el "maquillaje", que no es más que rimel negro. Limpieza facial con dos cremas que me acabo de comprar. Una para la tonicidad facial, "Anew" de Avon, y otra similar para el contorno de los ojos, porque estoy cada vez más arrugada y no quiero ser vieja fea.

Hace poco me saqué la pintura de mis uñas, porque estaba descascarada, y me puse una nueva. Brillito no más. También me corté un poco las uñas, porque cuando me crecen, empiezo a mordérmelas. Pero no me las como, sólo las muerdo. Y antes de acostarme veo que todo esté en orden. En mí orden, claro.

Y veo la ropa para mañana, porque me carga gastar tiempo en ver qué cosas usar. La verdad es que si fuera por mí, iría siempre con buzo, o tal vez con faldas largas. Me gustaría tener muchas. La decisión de la polera es más simple. Son todas negras.

Lavé mi chalequito preferido porque olía a desodorante, así que también debo pensar en el chaleco para mañana. Y debo pensar en los pies. Porque odio andar con chalas, pero para el verano son lo mejor. La lata es que tengo tres pares de chalitas y ninguna me acomoda. El otro día salí con las chalas nuevas y me hice mierda los pies. Son hermosas, pero incómodas. Y después salí de nuevo, pero con otras, y también lo mismo. Ahora tengo tres heridas en los pies. Tres chalas y tres heridas. Por eso prefiero las zapatillas. Y aunque no se ven tan bien con falda, no me importa.

De todas maneras mis amigas piensan que me visto mal. Y ellas son estilosas y yo no. Y me estoy dando cuenta de que estoy escribiendo como mina tonta. Bien superficial la cosa. Y todo empezó con una conversación en Messenger con “mi profe preferido” sobre las cremas y las arrugas. Claro, el no sabía que las mujeres tenemos que ponernos cremas desde los 20 aprox, para no ser arrugadas cuando ancianas. Y como mi piel es blanca y de mala calidad, debo hacerlo cuanto antes. Ya estoy pasadita en la edad.

Porque si mis papás me hubiesen explicado estas cosas de belleza, sería más linda. Si me hubiesen dicho que hacer ejercicio es bueno, sería flaquita y durita. Y no lo soy. Pero también tengo crema para eso. Crema reafirmante. No sé si servirá, pero la uso igual. Soy mujer po. Se supone que nos gusta todo esto del cuidado personal. Total, a veces es entretenido jugar a ser vanidosa.

jueves, 22 de noviembre de 2007

¿Y qué esperaban?


El tan comentado fin de la prensa tradicional ha generado tanto revuelo en la opinión de los colegas periodistas, que da la impresión de que nunca se lo hubiesen esperado.

Algo así como si, de un día para otro, te dijeran que tienes un hijo, sin haber vivido todo el proceso que esto conlleva.

El fin de la prensa convencional y la muerte de viejos códigos de periodismo a nivel mundial no es un tema nuevo, ni mucho menos sorprendente.

Al parecer, el mundo del periodismo tradicional no ha hecho el ejercicio de mirar hacia atrás para recordar los caminos –y la forma de caminar- que ha tenido la prensa estos últimos años.

Y si vamos más hacia atrás, entonces deberíamos partir con la base del quehacer periodístico en sus inicios. Su esencia.

El periodismo nació como una forma de comunicar lo que la ciudadanía no sabía. En el fondo, el trabajo del periodista tenía la nobleza de dar a conocer por y para las personas, las situaciones que se sucedían en momentos determinados y que debían ser comunicadas.

Sin embargo con el paso del tiempo –y como todo en esta vida- la hermosa iniciativa de este periodismo puro y desinteresado cayó rápidamente en la dinámica del mercado.

Claro, ahora se trataba de un negocio, y como tal, debía generar ganancias.

El periodismo comenzó a ser parte de un mundo acelerado de consumismo y rentabilidad, en donde los medios no tenían –hasta hoy continúa siendo así- la autonomía que le debe corresponder a esta profesión, sino que muy por el contrario, debía generar ganancias, pensar de una manera determinada y, por ende, comunicar lo que debe ser comunicado, y de la manera que debe ser comunicado, según los dueños del medio en cuestión.

La libertad de prensa se fue a las pailas y con esto, el periodismo se distorsionó.

Los grandes conglomerados y sus marcadas ideologías se comieron a los pequeños medios que aún intentaban ejercer el periodismo como tal.

Sin hablar de fechas ni de procesos político-económicos de cada país, es posible distinguir el cambio sostenido de la prensa tradicional en todo el orbe.

Y, como todo en este mundo parece estar ligado por una pequeña línea que une las tendencias mundiales, el cambio de siglo y la llegada de la “era digital” nos afectó a todos sin excepción.

Es que nadie que tenga la capacidad de entender que el periodismo es un negocio, puede sorprenderse de que hoy, como todo en el mundo del mercado, se vea afectado por la globalización y las nuevas tendencias digitales.

El periodismo tradicional es un producto, y como tal, ha debido enfrentar la llegada de una poderosa corriente capaz de cambiar el rumbo y las formas de relación humanas.

Internet y su insoportable conectividad han hecho temblar el ejercicio periodístico. El nuevo “periodismo ciudadano” y la explosiva masificación de medios no-tradicionales en la web han hecho titubear hasta al más asiduo defensor de las letras y el papel.

Muchos señalan que debemos ser capaces de insertarnos en esta nueva dinámica que no parece tener piedad. Muchos creen que el periodismo escrito debe mantenerse vivo en cuanto a su capacidad humanizadora se trata. Otros muchos creen que la debacle es cosa de tiempo. Y de poco tiempo.

Las nuevas tendencias han arrasado con el mundo del periodismo tradicional, que nunca pareció prever que algo así podía suceder. Error.

Si la profesión de periodista hubiese estado bien enfocada, bien encausada y más aún, transparentada, tal vez el golpe no habría sido tan fuerte. Dolería menos.

Si en las escuelas de periodismo nos hubiesen enseñado desde un inicio que el periodismo en sí es un ejercicio que cualquiera lo puede hacer, no estaríamos muertos de miedo ante los nuevos “reporteros ciudadanos”.

Es más, si se nos enseñara desde un inicio a entender que el periodismo es periodismo como tal sólo cuando existe un trabajo de calidad, novedoso, atractivo, bien escrito y por sobre todo LIBRE Y VERDADERO, nuestra autoestima hoy no estaría por el suelo.

El miedo de la prensa tradicional a terminar siendo un vago recuerdo en la mente de nuestros padres y abuelitos, parece fundarse en la nula capacidad de entender que los caminos que la prensa ha elegido durante sus años de vida nos han llevado inevitablemente a esto. A ser un producto que ya no sirve.

El mercado arrasó con los ideales y las utopías de la información clara y precisa, y trajo consigo el mundo de la comunicación de masas, de grandes flujos de información, de millones de dólares en ganancias, de millones de personas sobre-informadas.

Y si algún valiente del antiguo periodismo se atreve a poner en duda la efectividad de la web, o la poca veracidad de la información que existe en la red, la triste verdad es que todo eso, poco importa.

Leer algo falso es cosa de todos los días. Es como un nuevo periodismo de ficción que anda suelto en los gigantes pasillos del mundo digital, que parece no incomodar a nadie sino que, muy por el contrario, los nuevos periodistas digitales se encargan de alabar.

“En la red, uno lee lo que quiere, y cree en lo que quiere creer”. Así te responden ellos.

Lo que pasa es que hoy hay de todo, para todos. El desafío está en seguir creyendo que es posible comunicar certera y verazmente, aunque sea en un mundo digital plagado de mentirosillos.

El punto está en seguir sintiéndonos útiles, seguir creyéndonos necesarios en este nuevo mundo que no quisimos ver, y que hoy se nos abre ante nosotros como un gigante que nos quiere aplastar. Y ante eso, sólo hay dos opciones: unirse, o escapar.


domingo, 4 de noviembre de 2007

Vichuquén



Cuando llegamos, cansados después de un largo día de viaje, nunca imaginamos que la fuerza del lugar era tan potente.


De noche, y sin poder admirar bien lo que estaba en sombras a nuestro alrededor, sólo la fuerza del aire puro susurrando cantos verdes al oído nos señaló lo que bajo un nuevo día veríamos al despertar.


Fuimos recibidos con sonrisas de tierra, con palabras limpias de quienes comparten la simpleza de un momento en aquel lugar.


La noche pasó entre bailes y brindis por la vida y la suerte, celebrando el regalo mutuo de estar ahí, contigo, entre nosotros, con todos.


Al momento de acostarse las sábanas pueden hablar por mí. Son testigos de que no existe nada más poderoso que el amor infinito de dos almas gemelas disfrutando un placer compartido, la alegría de conocer/nos, la emoción de estar juntos, en ese preciso instante, en ese mágico lugar.


El sol nos regaló un nuevo día y el canto del gallo, insistiendo desde un lugar absoluto, nos indicó que debíamos abrir los ojos para ver lo que a siempre está oculto por el smog citadino.


Los caminos de tierra empolvaban nuestro andar y sin embargo volábamos entre casas construidas al azar, entre sonrisas desinteresadas, entre el zumbido de una abeja, el susurro de un estero…


Nos regalaron experiencias que sin ningún tapujo se nos fueron confiadas. Hablamos de lo que el ser humano busca pero no encuentra. Hablamos también de aquel encuentro que sí es posible lograr. Entre tallarines con crema y sonrisas sinceras nos dejamos llevar por el azul de ese cielo. Disfrutamos de lo que pasaba ahí, en ese momento, sin pensar en el porqué de las cosas, sin conocer el mañana, sin interesarnos en lo que vendrá.


La noche calló sobre nosotros y miles de sus ojos brillantes iluminaron nuestro andar. El día acababa, pero para nosotros, un nuevo comienzo parecía despertar.


Tú y la noche me abrazaron en un sueño eterno, del que sigo sin despertar.


Ya abiertos a un nuevo día, el vaivén de aquellas aguas nos llamó a contemplar la vida desde las tablas tibias de su muelle. El calor nos abrazó, las nubes fueron testigos de nuestro amor fugaz y eterno. Sin minutos, sin lugar. Un ahora.


Diez kilómetros y un almuerzo amigo. Dos horas después seguíamos en lo mismo y sin embargo todo continuaba siendo nuevo. Y estábamos juntos, regalándonos nuestro estrepitoso silencio, el aquí.


La noche volvió a regalarnos más vida. Una brisa helada acompañó nuestro andar, buscando el calor de la verdad de cada uno de nosotros, de ellos. Y fue el calor de las brasas ardiendo el que nos unió en un espacio, conteniendo todas las palabras de agradecimiento que un alma en paz puede ofrecer. Y eso hicimos.


Nos fuimos al día siguiente dando las gracias a ese dios que no existe, por el instante en que nos encontramos juntos, en ese lugar, en ese momento. En esos días que no son horas sumadas, sino que sonrisas acumuladas en el corazón.